En el momento en que escribo estas notas están naciendo en el mundo miles de niños y niñas con un futuro inexorable de exclusión: nacidos para vivir… sin los más elementales derechos para sobrevivir. No importa tanto que informes prestigiados no dispongan de estas cifras porque pesa más la realidad conocida, la realidad testimoniada.
Conocer datos sobre la pobreza infantil, sobre las enfermedades infantiles que reducen las esperanzas de vida o sobre, el número de países que no tienen escuelas o que sus recursos disponibles no llegan a cubrir necesidades básicas, es decir, responder a los primeros derechos tampoco avala respuestas eficaces. Estas sociedades blandas, instaladas en el bienestar diario, en un modo de vida líquido e irresponsable (como ha escrito Z. Bauman) prefieren cada día mirar para otro lado.
Es algo más que una paradoja subrayar que la sociedad de la supervivencia es el reverso cruel de la sociedad de la opulencia. Estas sociedades ricas que suelen decir de sí mismas estar muy concienciadas de la crisis global de la desigualdad, ¿por qué no se preguntan si acaso la riqueza de unos no es otra cosa que la resultante de la pobreza de otros?
La riqueza de las naciones no parece ser el fruto de la cultura de pueblo elegido sino de una historia contra los derechos de los demás, escrita sí por los vencedores. Esta historia de cristal es la responsable, sus protagonistas, del estado actual de discriminación, desigualdad, exclusión…Argumentos existen.
En primer lugar, es preciso defender que los derechos humanos básicos no son derechos y sí necesidades de vida de carácter primario. Que el reconocimiento explícito de los derechos sociales sea más bien reciente prueba que tantas declaraciones solemnes han incurrido en la retórica en detrimento de los compromisos. Necesidades como la salud, la alimentación, la higiene básica, el vestido o la vivienda no necesitan de reconocimientos declarativos, sino y en todo caso de leyes coercitivas que obliguen, y sancionen en su caso a aquellos Estados que desconocen que los seres humanos viven cuando pueden estar vivos, es decir, cuando se provee lo necesario más allá de la mera supervivencia.
Por lo mismo, el problema de la pobreza en el mundo, la infantil sobre todo, debiera ser considerado como delito social, cuando los recursos existen, cuando la distribución los puede hacer llegar a cualquier rincón del mundo y hasta cuando las diversas propuestas morales de una sociedad global lo reclaman.
Ya sobran en cierto sentido la acumulación de datos sobre la pobreza y sus causas. Aunque es un trabajo no menospreciable, háblese ya de medidas reales coercitivas. Imperativas e inexcusables.
Mientras el lenguaje político abunda en la idea de los gastos sociales, la situación de máximo riesgo de la infancia en el mundo exige plantear una cuestión previa: es urgente un contrato social en el que quepa un contrato educativo, sólo en segundo lugar. Contrato y compromiso contra la degeneración de las necesidades básicas en un mundo expansiva: cuando no se puede sobrevivir, la educación es un lujo retórico...
La creación de refugios artificiales y la levedad moral, mientras los problemas no pueden esperar ha obligado a Z. Bauman a dejar un último testimonio de fortaleza moral publicando poco antes de su muerte “Extraños llamando a la puerta”, una reiterada denuncia de la debilidad social, del miedo y la inseguridad del poderoso y de una ética intoxicada por esta política que “ni cuida la casa ni la ciudad”, como pretendía Aristóteles.
Por su parte, B. Chul-Lan (Corea del Sur, 1959) es también otra referencia a tener en cuenta a la hora de una evaluación de las patologías sociales que explican bien la falta de un norte solidario. Escritos como “En el enjambre” o “La sociedad del cansancio”denuncian los desastres del mercado neoliberal, el narcisismo que nos impide ver al otro, la exposición permanente y lo efímero, la existencia de un alma sin conciencia colectiva y una hipercomunicación que destruye el silencia.
Las reflexiones anteriores quieren apuntar en varias direcciones que señalamos de manera esquemática:
1.- Es urgente cambiar el enfoque tópico de le educación por un análisis multidisciplinar. La educación no es reducible a una teoría sobre la misma o a una perspectiva sociológica, cuando existen factores económicos, políticos o ambientales decisivos. Y, por supuesto, no puede hablarse de educación cuando se quiere decir mera gestión educativa.
2.- Acomodarse a una mera descripción de las disfunciones educativas tal vez tranquiliza la conciencia social, pero no explica nada
3.- Problemas como el fracaso, el abandono, el absentismo o el acoso no son problemas escolares. Esta es la primera de las falacias.
4.- Que los problemas citados se manifiesten en la escuela no reduce a ese espacio sus dificultades, ni su tratamiento y muchos menos sus soluciones,
5.- Esta sociedad perezosa y blanda prefiere eludir las causas y, con ello, las responsabilidades.
6.- En el orden de prioridades de las causas de una educación sin norte está la pobreza infantil. El niño que nace pobre es ya un excluido, discriminado y destinado con alta probabilidad a todos los fracasos, también los de la escuela, pero no sólo los de la escuela
7.- El problema de la pobreza infantil no es una cuestión humanitaria ni una necesidad de ayuda internacional. Otra falacia. Es una necesidad básica sólo atendible con un cambio de estructuras
Los apuntes anteriores reclaman también un punto de vista más propositivo y tener presentes algunas variables:
1.- La pobreza y la exclusión social no pueden confundirse y cada categoría necesita su propio análisis
2.- La estructura familiar, la economía, la organización y las relaciones grupales son elementos primeros que la administración educativa debe evaluar
3.- La educación en la primera infancia tiene un curriculum previo: alimentación, higiene y salud, vestido, vivienda de mínimos de habitabilidad
4.- La escuela no puede ser la institución supletoria de las carencias que comporta la pobreza infantil
5.- No tienen menor importancia otras cuestiones sustantivas que no pueden incluirse en la brevedad de estas líneas como el papel de los servicios sociales, la cooperación entre instituciones y la formación de los profesionales.
Quedan muchas cosas por decir ciertamente. Debe añadirse cuando menos que la retórica al uso de las oligarquías de toda índole son las más directamente responsables del actual estado de cosas, conculcando sistemáticamente el principio de responsabilidad, sustituyendo una ética de valores por una ética negociable y tejiendo una red de intereses y palabrería para ocultar, entre tantas cosas, que si hoy han nacido miles de niños pobres… ¿por qué miran para otro lado?