Ha sido, es, y será maestro, pero bien podríamos decir de él que además de maestro, durante sus años de ejercicio profesional, ha sido también médico, enfermero y, sobre todo, amigo de sus alumnos y alumnas y de las familias de éstos. Ángel Mejía se jubiló hace sólo unos meses, dejando atrás una intensa y emocionante labor como maestro del equipo de atención hospitalaria y domiciliaria de Guadalajara.
Recuerda Ángel que su llegada en 1993 al aula hospitalaria, conocida como “La Pecera” (nombre que él mismo puso), del Hospital General de Guadalajara, fue una casualidad. Le llamó la atención esa plaza y, como le gustaba el trato muy cercano y directo con los escolares y sus familias, pensó que le podía ir bien. Y no sólo le fue bien, sino que le cautivó de tal manera esa labor docente que allí ha permanecido hasta su jubilación.
He aprendido mucho de los niños y niñas y de sus padres, ha sido una experiencia de años muy gratificante
“He aprendido mucho de los niños y niñas y de sus padres, ha sido una experiencia de años muy gratificante, ayudándoles en su proceso educativo, tanto en el aula del Hospital como en sus casas”, destaca.
Ángel Mejía inició su tarea en el aula hospitalaria, pero como si de un visionario se tratara, pronto comenzó a desplazarse a los domicilios de los alumnos y alumnas convalecientes para ayudarles en su proceso educativo y que pudieran llevar un ritmo de aprendizaje lo más parecido posible al de sus compañeros en su colegio.
Estas visitas domiciliarias del maestro no contaron con el respaldo de las autoridades educativas de la época, y tuvo que dejar de hacerlas, hasta que en 2002 tras la asunción de las competencias de educación por parte del Gobierno de Castilla-La Mancha, se pusieran en marcha los equipos de atención hospitalaria y domiciliaria. Esa atención global y continua de los niños y niñas enfermos que él ya había llevado a la práctica años antes se regularizó y amplió a partir de entonces en toda la región.
Y es que como él destaca, con el paso de los años las estancias en los hospitales son cada vez más cortas y la recuperación se realiza en los domicilios, de ahí que el refuerzo escolar deba centrarse más si cabe en el tiempo que el alumno o alumna pasa en su casa convaleciente.
Han sido muchos los niños y niñas a los que ha dado clase durante estos años, pues calcula que anualmente el equipo de Guadalajara puede haber atendido en los últimos años, bien en el Hospital o bien en domicilios, a más de 300 escolares. Y en tantos años como docente ha tenido ocasión de ayudar en su proceso educativo a alumnos y alumnas, convertidos años después en padres y madres de otros escolares a los que ha prestado apoyo educativo.
Incluso refiere la anécdota de que en los años en los que ha trabajado en “La Pecera”, tuvo como alumno a un niño, a cuyo padre también había dado clase unos años antes en la propia aula hospitalaria, con el añadido de que con anterioridad le había dado clase al abuelo, aunque en este caso en un centro tradicional y antes de hacerse cargo del aula hospitalaria.
Tienes que tener una motivación extra. Estar dispuesto a ganarte el cariño y la confianza del niño o del joven para establecer una relación de empatía
Cuando se le pregunta cómo debe ser un maestro o maestra para conseguir vivir con la intensidad y emoción que él ha vivido su profesión, no lo duda, “Tiene que tener una motivación extra. Ser una persona abierta, dispuesta a ganarte el cariño y la confianza del niño o del joven para establecer una relación de empatía. Ponerte en su lugar, en el momento que atraviesan. Y después, tras estrechar esos lazos de cercanía, llegará el momento de comenzar a enseñar y a aprender”.
“Es una tarea en la que se establece un vínculo emocional y afectivo muy importante con los alumnos y las familias”, comenta, al tiempo que resalta la fortaleza que siempre demuestran las madres cuando sus hijos están enfermos o convalecientes.
Ahora toca disfrutar de la jubilación y recordar con emoción la labor de alguien que ha sido mucho más que un maestro de escuela.