Trabajar la convivencia en los centros educativos

Pedro María Uruñuela.

Desde hace unos meses resulta difícil abrir un periódico o ver las noticias en los medios sin sobresaltarnos con alguna noticia relativa al acoso y el maltrato entre iguales. Desde lo ocurrido en Madrid, en Orcasitas y Villaverde, pasando por Barcelona y terminando en Palma de Mallorca o Alicante, han vuelto al primer plano de actualidad estos sucesos lamentables, que muestran problemas en la relación entre iguales, entre los alumnos y alumnas de una determinada clase.

Llevábamos tiempo sin tener noticias de sucesos similares. Tras el aldabonazo que supuso el suicidio de Jokin Ceberio en Hondarribia, se plantearon desde todas las Administraciones Educativas actuaciones importantes de cara a la prevención y erradicación de estas situaciones de violencia en la escuela. Se tomó conciencia de su importancia, de la necesidad de erradicarla de los centros y, para ello, se pusieron en marcha actividades para el diagnóstico, formación y refuerzo de las acciones de apoyo en los colegios e Institutos. Pero, pasados unos años, poco a poco fue decayendo el interés por la convivencia, pasando a convertirse en algo secundario hasta este último año.

Puede decirse que la preocupación y trabajo de la convivencia se ha convertido en una especie de “río Guadiana”, que aparece y desaparece, que cobra importancia y la pierde, que pasa de ser prioritario a convertirse en secundario. Y este proceso exige una reflexión sobre el mismo. ¿Por qué tiene lugar este cambio? ¿Qué consecuencias tiene para el proceso educativo de nuestros alumnos y alumnas y para el sistema educativo, en general? ¿Qué se puede hacer para que la convivencia recupere el lugar que le corresponde en la educación?

Una reflexión inicial sobre el maltrato entre iguales

Los casos graves de acoso escolar, y especialmente los que terminan trágicamente para las personas acosadas, producen una gran alarma social. Aparecen comentarios y artículos en la prensa, se demandan acciones inmediatas y radicales, se buscan los “culpables” de lo que está sucediendo, etc. Pasará un tiempo más o menos largo, y poco a poco irá desapareciendo el interés y la preocupación por el tema.

Cuando se trabaja la transformación y gestión pacífica de los conflictos, se comprueba que el peor momento para su resolución tiene lugar cuando se ha producido la crisis y el conflicto ha estallado con toda intensidad. En ese momento se demandan soluciones inmediatas y urgentes y se piden actuaciones drásticas, y se olvida que no se ha hecho antes nada para evitar llegar a esa situación. Esto mismo está pasando ahora con los casos de acoso y maltrato entre iguales.

Evidentemente, el rechazo y condena de los casos de acoso tiene que ser claro y radical. Frente al maltrato, permisividad cero. Y, desde esta actitud de rechazo claro de la violencia entre iguales, es posible analizar las diversas reacciones que tienen lugar en estos casos.

Una de las primeras cosas que llama la atención es que, cuando se da una situación de acoso, la vida del centro se reduce a estos hechos lamentables y todas las acciones se polarizan en torno a ellos, olvidando todo lo bueno que se ha hecho  y se hace en el mismo. Como han señalado diversos estudios del Defensor del Pueblo o del Observatorio Estatal de la Convivencia, el clima de los centros es bastante bueno. El profesorado y el alumnado, en general, se encuentran a gusto y, aunque hay aspectos mejorables, valoran positivamente las relaciones existentes. Incluso para muchos alumnos y alumnas el centro escolar es uno de los lugares en los que más seguros se encuentran, especialmente comparándolo con el ambiente que viven en su barrio o en su propia casa.

Sin embargo, y como dice el refrán, “hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece”. O, lo que es lo mismo, llama mucho más la atención un episodio de maltrato entre iguales que el trabajo callado de muchos profesores y profesoras, de muchos centros educativos que desde hace mucho tiempo vienen trabajando por crear un ambiente de seguridad y de buena relación en el centro, poniendo en marcha programas específicos de mediación, de alumnos-ayuda, de prácticas restaurativas, etc., como medio de prevenir el maltrato y trabajar la convivencia positiva en el centro.

Desde luego, un solo caso de acoso o maltrato merecería, él solo, toda nuestra atención y nuestro rechazo. Nunca puede justificarse la violencia y, mucho menos, la violencia en un centro educativo que busca, entre otros objetivos básicos, educar para la convivencia y la paz. Pero, con la misma energía, es preciso denunciar el enfoque sesgado e intencionado con que son abordados los casos de acoso, así como determinadas reacciones que se producen tras la divulgación de este tipo de sucesos.

Así, por ejemplo, llama la atención cómo están apareciendo en estos momentos ofertas de solución para el maltrato desde empresas y organizaciones, muchas de ellas con un importante coste económico para quienes deseen ponerlas en práctica. Desde la oferta de herramientas de diagnóstico, digitales o en papel, hasta la oferta de cursos con grupos de alumnos o con todo el centro, pasando por la oferta del KIVA, programa potente y eficaz en Finlandia, que plantea muchas de las acciones que llevamos tiempo haciendo en nuestro país y del que se oculta un aspecto fundamental, el elevado coste económico que puede suponer para las administraciones, los centros u organizaciones que deseen adquirirlo.

Y es que, como señaló en su momento Fernández Enguita, hay personas y organizaciones que se aprovechan y viven de la alarma social, obteniendo un rendimiento económico de todas estas situaciones. En muchos casos es legítimo preguntarse por la aportación que supone su intervención de cara a la prevención y corrección de los problemas de quiebra de la convivencia en los centros y que, por lo general suele ser muy escasa. Se trata de actuaciones puntuales, sin apenas incidencia en la vida real del centro pero que, eso sí, contribuyen a tranquilizar las conciencias y a demostrar que algo estamos haciendo para erradicar el maltrato. Pero sigue en pie la misma pregunta, ¿puede ser eficaz una actuación desde fuera del centro, una actuación que no se inserte en el día a día de las asignaturas y de la acción del centro, que involucre al profesorado, alumnado y familias? Pienso que no.

Llaman la atención, en segundo lugar, las reacciones alarmistas que surgen en la prensa y en los medios de comunicación, que señalan las consecuencias inaceptables de este tipo de violencia y demandan actuaciones claras y contundentes, desde campañas en los centros y en toda la sociedad hasta la implantación de sanciones eficaces y contundentes, pasando por otras acciones de concienciación muy variadas. Comparto la indignación que manifiestan estas propuestas, pero considero que, también, son claramente insuficientes.

Se trata de propuestas claramente reactivas porque “reaccionan” cuando ha pasado algo, van a remolque de los acontecimientos y no parten de ningún análisis de lo que ha pasado y de los factores que han hecho posibles esas situaciones de violencia. De alguna forma, piensan que es un problema propio y exclusivo de la escuela, olvidando que los centros escolares reflejan situaciones propias de la sociedad en la que vivimos y que ésta es una sociedad profundamente violenta, en la que el individualismo y la competitividad más feroz son los valores que organizan las relaciones sociales. En este contexto es necesario rechazar contundentemente la violencia que pueda haber en los centros, pero no olvidamos su origen, planteándonos a la vez de educar para otro tipo de sociedad en la que no tenga cabida la violencia.

Un ejemplo típico de este enfoque reactivo ha sido la respuesta que han dado algunas Administraciones Educativas, poniendo el énfasis en la necesidad de redactar protocolos de actuación para casos de acoso, llegando incluso a sancionar a responsables de los centros por no haber seguido adecuadamente estos protocolos. Por supuesto que es necesario saber cómo actuar cuando, lamentablemente, tiene lugar una situación de maltrato entre iguales, pero esta actuación no sirve para prevenir y evitar dichas situaciones. La mayor parte del trabajo debe dedicarse a la prevención de estos problemas, al desarrollo de las competencias necesarias para una convivencia positiva.

Sólo desde un enfoque proactivo y preventivo es posible dar respuesta adecuada al acoso, construyendo un clima de aula y de centro en el que no tenga cabida la violencia y desarrollando en los alumnos y alumnas las competencias, habilidades y valores que hacen posible un modo de relación entre iguales basado en el respeto y la paz.

Trabajar la convivencia positiva en los centros educativos

La aparición de situaciones de acoso y violencia entre iguales pone en el centro de la reflexión una pregunta fundamental: ¿Qué lugar ocupa el trabajo de la convivencia en nuestra labor educativa, en los centros educativos? ¿Qué importancia damos a la educación en valores?

Uno de los objetivos fundamentales de la educación es que lo alumnos y alumnas aprendan a convivir, aprendan a relacionarse desde valores de aceptación del diferente, de respeto a todas las personas y de rechazo a toda forma de violencia. Desde este punto de vista, la aparición de casos de acoso es una muestra clara de que uno de los objetivos educativos más importantes, aprender a convivir, no ha sido conseguido y que, por ello, es necesario plantearse a fondo nuestro trabajo.

Hay que plantearse, en primer lugar, si realmente estamos convencidos de que el trabajo de la convivencia es verdaderamente importante, tanto como lo puede ser la adquisición de otros conocimientos científicos, matemáticos, humanísticos, etc. Mi experiencia me dice que, en la mayoría de las ocasiones, manifestamos que no sabemos cómo hacerlo o, lo más frecuente, que esa no es una tarea nuestra, pero lo que realmente estamos queriendo decir es que no creemos que ése sea un trabajo importante y prioritario sobre otros.

Víctor Frankl nos decía que “quien tiene claro el por qué, encuentra fácilmente el cómo”, de ahí la importancia de reflexionar sobre el trabajo de la convivencia como prioridad educativa. No podemos olvidar que la escuela es la única institución social por la que pasan todos los chicos y chicas sin excepción, permaneciendo en ella los diez años de educación obligatoria, más los tres de la etapa infantil y, en numerosos casos, los dos años de educación postobligatoria. ¿Cómo vamos a dejar pasar esta oportunidad educativa? ¿Cómo justificaríamos ante la sociedad no haber aprovechado esta circunstancia para desarrollar uno de los aprendizajes básicos en la sociedad del siglo XXI?

Los profesores y profesoras solemos olvidar que es imposible enseñar sin transmitir, a la vez, un modelo de convivencia, sin enseñar una forma de relacionarnos. Cuando enseñamos, interactuamos con nuestros alumnos y alumnas desde una determinada forma de entender la autoridad y el poder, de  lo que es la disciplina y la forma de corregir las conductas, desde una manera de poner en práctica la participación del alumnado, de entender lo que es el diálogo, etc. Puede decirse que nuestro trabajo como docentes es similar a una moneda, que tiene una cara, la enseñanza de contenidos, y una cruz, la transmisión de un modelo de convivencia. Y ambas caras son necesarias e inseparables, si faltara una de ellas no tendríamos una moneda.

El problema es que no siempre otorgamos a la convivencia la importancia que tiene y pasa a formar parte del ‘curriculum oculto’. Transmitimos una manera de relacionarnos de manera automática, no intencional, sin plantearnos de manera explícita lo que queremos conseguir y alcanzar en este punto. Y es necesario hacerlo intencional, que sea algo buscado explícitamente, que aparezca claramente los objetivos que buscamos.

Esto es lo que nos recuerdan los casos de acoso y lo que nos demandan como respuesta adecuada para su erradicación: que dejemos de ser reactivos y adoptemos una actitud proactiva, de prevención, de inversión en convivencia positiva y no reducida a la disciplina o al mantenimiento del orden sin más. Nos está pidiendo que invirtamos en convivencia, que llenemos nuestro depósito de capital convivencial para evitar que aparezcan situaciones de quiebra de la misma y que creemos una red convivencial que sirva de protección y prevención para evitar el maltrato entre iguales.

Las situaciones de acoso nos están recordando que no es aceptable la aparición y desaparición en la actividad docente de los temas de convivencia, que tienen que dejar de ser un “río Guadiana” para convertirse en un elemento central del trabajo educativo de los centros. Y que, en esta planificación del trabajo, la mayor parte del tiempo debe ir dedicada a la prevención, no a la elaboración de un protocolo de actuación para las situaciones de acoso.

¿Qué acciones deben ser prioritarias, deben planificarse y deben ponerse en práctica en los centros desde este enfoque de prevención y trabajo de la convivencia positiva? Brevemente, pueden ser las siguientes:

En primer lugar, concienciar a toda la comunidad educativa de la importancia que tiene el trabajo de la convivencia positiva. Como decía A. de Saint-Exupéry, “si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y abierto”. Con otras palabras, soñemos, pensemos, imaginemos cómo queremos que sea nuestro centro como lugar de una excelente convivencia.

Son muchas las actuaciones que pueden plantearse para ello, desde la elaboración de folletos y dípticos, carteles en el centro, charlas de divulgación, recogida de noticias, etc. Lo importante es cuidar esta dimensión, trabajar los “por qué”, que nos llevarán fácilmente al cómo hacerlo.

En segundo lugar, resulta fundamental estimular la participación de todos los alumnos y alumnas, que dejen de tener una actitud pasiva y se conviertan en protagonistas activos, hacedores de la convivencia en el centro. No conozco ningún centro educativo que haya conseguido erradicar la violencia entre iguales y trabajar la convivencia en positivo sin contar con la implicación y participación de los propios alumnos y alumnas.

Dar participación a los alumnos y alumnas supone darles protagonismo, que se sientan responsables de su centro y desarrollen el sentimiento de pertenencia al mismo y, por lo tanto, quieran un centro en el que todos y todas se sientan a gusto y quieran alejar del mismo las situaciones de violencia y maltrato. La amplia figura del alumnado-ayudante concreta y lleva a la práctica este protagonismo imprescindible del alumnado en la prevención del acoso.

En tercer lugar, es fundamental trabajar la construcción del grupo y sus dimensiones. La mejor prevención de la violencia pasa por la construcción de un buen grupo, en el que predominen las interacciones positivas. Se trata de una tarea clave al inicio de curso, especialmente en Secundaria, tarea que debe continuar a lo largo de todo el año y que, aunque la tutoría pueda jugar un papel importante en su desarrollo, debe ser compartida y llevada a cabo por todo el profesorado.

 Son varias las tareas que pueden plantearse para la construcción del grupo, desde el conocimiento personal por el nombre hasta el desarrollo de buenos procesos de comunicación e interacción, cuidando especialmente las relaciones informales. El tiempo y trabajo dedicado a esto nunca será un tiempo perdido. Por el contrario, será una forma muy eficaz de prevenir el maltrato y las situaciones de acoso entre los iguales.

Una cuarta actuación preventiva se centra en la enseñanza de la gestión pacífica de los conflictos, aprendizaje fundamental para la vida apenas presente en el currículo ordinario. En efecto, los conflictos están presentes en muchas situaciones de la relación interpersonal y, más que pensar en su desaparición, algo imposible, es necesario centrarse en su buena gestión: aprender a rechazar la violencia como medio de gestión de los conflictos, desarrollar actitudes y planteamientos de ganar-ganar y no de ganar-perder, etc.

La enseñanza de una buena gestión de los conflictos pasa por aprender a analizarlos correctamente distinguiendo las personas (sus intereses, necesidades, emociones…), el problema (tipo de conflicto) y el proceso (cómo se ha ido gestionando). Supone interiorizar modelos para la gestión personal (método RESOLVER) y la gestión colectiva (sistemas de mediación y otras prácticas restaurativas). Y, en definitiva, aprender el valor del diálogo para una adecuada gestión de los mismos. Aprender la gestión pacífica de los conflictos es una de las formas más eficaces de prevención del acoso y el maltrato entre iguales.

Una quinta actuación preventiva se centra en el análisis y estudio de la convivencia en el centro. Observar lo que está pasando, hacerlo de manera sistemática e informar periódicamente a los órganos colegiados del centro son estrategias básicas para la prevención del acoso. Este análisis puede y debe empezar por conocer cuál es la situación de la prevención del maltrato en el centro, qué lugar ocupa, cómo está recogida en el proyecto educativo, qué se ha hecho hasta ese momento en ese campo.

Son varios los instrumentos que se pueden emplear en este análisis, desde la realización de un DAFO sobre la convivencia en que pueden participar los alumnos/as, las familias y el profesorado, hasta la aplicación de cuestionarios específicos, vía papel o vía digital, de los muchos que están a disposición de los centros. Y, sobre todo, incluir en este estudio el análisis de la situación en la que se encuentran las competencias, habilidades y valores necesarios para la convivencia. Y es que saber lo que pasa en el centro en cuanto a la convivencia es fundamental para la prevención y erradicación del acoso entre iguales.

Y, continuando con el último punto anterior, una sexta actuación clave trata de trabajar las conductas prosociales, una forma de concretar los planteamientos proactivos frente a los meramente reactivos. Esto pasa por desarrollar adecuadamente los diversos tipos de pensamiento, trabajar sistemáticamente la inteligencia emocional y sus dimensiones, potenciar las habilidades sociales e incidir en la adquisición de los valores éticos imprescindibles para una buena convivencia. Cuatro elementos de la inteligencia interpersonal, claves para conseguir una buena convivencia positiva y erradicar el maltrato entre iguales.

Por último, todo lo anterior necesita ser organizado a través de la elaboración de un proyecto antiacoso que parta, en primer lugar, de la situación que se vive en el centro, marque los objetivos y acciones que se van a llevar a cabo, establezca y organice la manera de llevarlo a la práctica, adopte las correcciones necesarias en su aplicación y, por último, evalúe el proceso y los resultados alcanzados, lo celebre y proponga mejoras para su continuación. Un protocolo de actuación, como el que señalan varias Administraciones Educativas, se limita a indicar pautas de acción que deben seguir los centros. Por el contrario, un proyecto antiacoso trata de organizar a todo el centro para la prevención del maltrato, convencidos de que sólo así será posible su erradicación.

No son suficientes ni las actuaciones externas ajenas al centro ni las actuaciones puntuales que apenas tienen incidencia en la vida del centro. Solo una actuación decidida desde el propio centro, que involucre a todos los protagonistas (alumnado, familias y profesorado), que sitúe la educación en valores en el núcleo de toda la acción educativa, que considere el trabajo de la convivencia como un aspecto central de la educación y al mismo nivel que el trabajo de otras asignaturas o materias, podrá conseguir una adecuada prevención y la erradicación del maltrato entre iguales en el centro escolar.

A modo de conclusión

Trabajar desde un punto de vista proactivo es fundamental para el trabajo de la convivencia positiva, un punto de vista que no suele ser tenido en cuenta en el tratamiento que de los casos de acoso se viene haciendo en todo este tiempo a través de los medios de comunicación. Nuestro objetivo como educadores y educadoras debe ser siempre el aprendizaje de la convivencia en positivo, es decir, aprender a establecer buenas relaciones con uno mismo, con los demás y con el entorno socionatural en el que vivimos. Relaciones basadas en el respeto, la dignidad de todas las personas, la paz positiva y los derechos humanos.

Es posible, aunque sea mucho menos probable, que a pesar de todos los esfuerzos y del trabajo llevado a cabo, aparezcan en el centro casos de maltrato que es necesario cortar de manera radical. Habrá que trabajar con la persona o personas agredidas, incidiendo en su autoestima y proporcionándole todo el apoyo que necesite. Habrá que incidir con el agresor o agresores, haciéndoles ver las consecuencias de sus actos y trabajando la empatía, su capacidad de ponerse en el lugar del otro. Y, sobre todo, habrá que trabajar con los alumnos y alumnas espectadoras, evitando que aprendan que la violencia sirve para algo y que es mejor no meterse en líos, no sea que se pase de ser espectador a convertirse en objeto de la agresión. Algo parecido habría que plantear respecto de las familias.

Desarrollar este último apartado necesitaría otro artículo diferente, cosa que no es posible. Pero sí es necesario recordar que, frente a la demanda de sanciones de todo tipo, incluidas las de tipo penal, no podemos olvidar que nosotros y nosotras somos educadores, que estamos para enseñar a nuestro alumnado las formas adecuadas de relacionarse. Y todos los alumnos/as, agredidos-agresores-espectadores, son personas que necesitan ser educadas para mejorar su relación y aprender otra forma de interactuar alejada de la violencia.

Permisividad cero contra el acoso, sí. Eso se traduce en educar en la convivencia, en desarrollar las competencias, habilidades y valores necesarios para la misma. Algo que, lamentablemente, no suele ser tenido en cuenta habitualmente. Pero seguiremos insistiendo en ello, tratando de preparar a nuestros alumnos y alumnas para que sean protagonistas en la construcción de una sociedad alejada de la violencia, en una sociedad más justa.  

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