“Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres llegar lejos, ve acompañado”
No son palabras de ningún “coach”, aunque creo que todos las suscribiríamos; provienen de un proverbio africano, que como casi todo el saber popular, derrocha veracidad.
Que literalmente miramos cada vez más cerca de nuestro ombligo, debido a los maravillosos dispositivos móviles, que al frente, en busca de nuestros iguales, no es una opinión, es algo que nos salpica diariamente y a lo que deberíamos dar solución. Hoy más que nunca debemos recordarnos que somos seres sociales.
Soy profesor de Instrumentos de Púa, Música de Cámara y Orquesta de Plectro y Guitarras en el Conservatorio Profesional de Música Alcázar de San Juan-Campo de Criptana, amante de la música, la docencia y fiel defensor del trabajo grupal. Desde estas líneas me gustaría hablar de mi experiencia sobre cómo las agrupaciones/orquestas son una de nuestras mejores bazas para educar personas íntegras a través de la música.
Si reflexiono sobre cuál es el primer valor que intento hacer llegar a mis alumnos y alumnas, no tengo duda: el RESPETO. Leí una vez que una de las formas más sinceras de respeto es escuchar lo que otros tienen que decir. Cuando mi trabajo como músico consiste en ceder mi protagonismo para que otro instrumento emerja o cuando tengo que encontrar el equilibrio exacto con mi compañero o compañera, no hago sino escuchar activamente la propuesta de los demás, lo que otros tienen que decir. Porque si queremos construir un sonido determinado e ir a favor de crear algo interesante, en música vale todo menos la tiranía. Como les digo muchas veces a mis alumnos, la solución a los problemas que puedan surgir se encuentra entre las sillas, entre tu propuesta y la de tu compañero o compañera. No impongas tu idea, escucha y reacciona. Si todos automatizamos este valor, conseguiremos un perfecto engranaje. Todo esto conforma, desde mi punto de vista, un acto de SOLIDARIDAD sin igual. Sé que ahora debo sacrificarme por ti porque, probablemente, en el compás siguiente tú tengas que hacerlo por mí. Sin la EMPATÍA, no conseguiremos cosas que merezcan la pena, que puedan llegar a tener un valor artístico y humano.
Está demostrado que somos más felices cuando damos o compartimos que cuando asoma nuestro lado más egoísta. Este ser solidarios, aunque a veces vaya ligado a una renuncia y por ello nos cueste esfuerzo, tiene su recompensa, nos hace más felices. Es curioso, pero nuestro cerebro dice una cosa y nuestras acciones, a veces, parecen querer lo contrario.
Respeto, solidaridad o empatía son tres palabras que cualquiera quisiéramos para nosotros y que pondríamos como base en la cimentación de cualquier grupo o sociedad.
Con estas palabras, no quiero decir que todos estos principios no se puedan trabajar a través de otras actividades, como es el deporte o cualquier actividad que se haga a nivel grupal o asociativo. Pero sí defiendo la música como uno de los principales generadores de estos valores porque, como dije antes, demanda una escucha activa y una sensibilidad hacia lo que el otro me propone sin igual. La gente reclama ser escuchada, es una necesidad común. Absolutamente todos, desde el bebé hasta nuestros ancianos, tenemos la necesidad y el derecho de ser escuchados, de sentirnos importantes. Tenemos dos oídos y una boca, probablemente nos haga falta intuir lo que la naturaleza ya nos dice: quizá haya que escuchar el doble de lo que hablamos.
Volviendo a lo estrictamente musical, he detectado en todos estos años de docente, y sobre todo, los años anteriores como estudiante desde que tenía ocho años, que uno de los lugares más propicios para el crecimiento y desarrollo del músico son precisamente las agrupaciones en todas sus variedades. Porque “se aprende en gerundio”; y es ahí, en la masa de la orquesta, donde desde el primer día empiezas a absorber, escuchar y, literalmente, copiar para, sin darte cuenta, empezar a progresar de una manera que individualmente sería mucho más costosa.
Hace diez años que conocí a mis primeros alumnos y alumnas y con los que comencé a trabajar en esta línea en el Conservatorio Profesional de Música Alcázar de San Juan-Campo de Criptana. En su día no me lo planteé como un proyecto a medio o largo plazo, pero muchos de ellos, hoy en día son músicos profesionales o en vías de serlo, y lo más bonito es ver cómo esa agrupación, que a priori era una asignatura más en el Conservatorio, se ha ido convirtiendo en una orquesta profesional de instrumentos de púa y guitarras que, aunque de manera externa al Conservatorio, sigue trabajando sobre los mismos valores y con algo más de experiencia. La Orquesta Ciudad de la Mancha no tendría ningún sentido sin el centro que nos ha visto a todos crecer, la fuente de la que emana el presente y el futuro de esta agrupación.
Hoy sigo acudiendo a clase con la misma ilusión del primer día, creyendo verdaderamente que lo que hacemos durante esas dos horas en clase de orquesta, educa, y mucho; deseando que nuestros alumnos y alumnas sigan los pasos de aquellos que empezaron hace ya algunos años y con los que comenzamos este maravilloso proyecto que sigue creciendo hoy en día; esperando que los valores que intentamos transmitirles les ayuden en su futuro, que les acompañen en su vida profesional y personal, y que un día en su puesto de trabajo, sea cual sea, recuerden, por ejemplo, que en clase de orquesta le insistieron en la importancia de que la puntualidad era la primera muestra de respeto hacia uno mismo y hacia sus compañeros, o que muchas veces las soluciones a los problemas se encuentran a mitad de camino entre tu opinión y la del que tienes enfrente.
Con cariño, dedicación, esfuerzo y valores se consiguen muchas cosas. No sé si todas, pero sí las que merecen más la pena.
Si hoy lo miro con perspectiva, me doy cuenta de que La Orquesta Ciudad de la Mancha fue el resultado de un desarrollo llevado a cabo de manera natural y sin forzar, como deben crecer las cosas que aspiran a perdurar. No quisimos ir rápido, sí llegar lejos y juntos.